La Fundación José Antonio no comparte necesariamente las opiniones de los textos que se reproducen
Entrevistamos al autor francés Arnaud Imatz
"La memoria está relacionada con el mundo de las pasiones y las emociones. La historia es, evidentemente, otra cosa; trata de objetivizar hechos"
Entrevistamos al autor francés Arnaud Imatz. Hispanista de vocación -historiador, doctor en Ciencias Políticas, diplomado en Derecho y Ciencias Económicas-, acaba de publicar en Áltera su última obra, ‘José Antonio: entre odio y amor’, en la que no sólo repasa la trayectoria vital e intelectual del fundador de Falange, sino que se aventura a través del franquismo y la primera transición a lomos de las distintas corrientes nacional-sindicalistas .A lo largo de más de 600 páginas -y una treintena de fotografías-, dos propósitos metodológicos esenciales vertebran el volumen: un tratamiento desapasionado del objeto de estudio y una pulsión contextualizadora. Profundo, prolijo y cuidado, el texto retrata tan singular conocimiento del biografiado que ha merecido los elogios de Juan Velarde –prologuista del volumen- o de Ricardo de la Cierva.
Usted juzga a la Falange como una ideología construida sobre una mixtura de tradición y modernidad. Más que propiamente fascista, la Falange sería un movimiento de Tercera Vía que coexistiría con el fascismo, un fascismo que representa para usted la versión radical de ese posicionamiento en una determinada época histórica.
En efecto, así es. El fascismo es un posicionamiento muy concreto en una época histórica muy concreta. Las posiciones de tercera vía, expresadas como propuestas distintas del liberalismo y del marxismo, son anteriores, simultáneas y posteriores al fascismo. El planteamiento de José Antonio es mucho más clásico, y rebasa los límites temporales a los que se halla constreñido el fascismo.
En su época, en su tiempo histórico, es posible que la Falange fuera percibida por aquellos que se acercaban a ella como el fascismo; en ese sentido, hizo las veces de un fascismo español. Pero ¿cuánta gente conoce el marxismo? Y, sin embargo, muchos se hacen comunistas porque creen que, de esta manera, todos vamos a ser iguales, etc…es decir, sostienen ideas muy elementales, sin conocimiento de la doctrina. Con la formulación joseantoniana sucede lo mismo. Pero no quiere decir que ese fuese el pensamiento de José Antonio, exactamente.
Por otro lado, el término fascismo significa bien poco, tanto por la imposibilidad de definirlo como por el hecho de que se ha convertido en sinónimo de violencia y dictadura desde que la Komintern puso en circulación esta versión del vocablo. Los autores más serios señalan las enormes diferencias entre el fascismo, el nacionalsocialismo y otro tipo de movimientos de tercera vía como para incluirlos a todos bajo un mismo epígrafe.
¿Cómo definiría el propósito esencial de José Antonio, ideológicamente?
José Antonio construye su edificio sobre dos pilares básicos.
De un lado, la persona es el eje de su doctrina, por encima de otras consideraciones. Según esto, se le puede relacionar fácilmente con el personalismo cristiano de Mounier (quien, por otro lado, no ocultó una cierta fascinación por Mussolini hasta 1934). La matriz católica de José Antonio es decisiva, y este es otro factor que lo aleja del fascismo y del hegelianismo; no digamos nada del racismo alemán. Basta con leer su testamento y conocer su comportamiento ante el tribunal que lo condenó a muerte, para reparar en que existe una extraordinaria coherencia entre el pensamiento y las actitudes en José Antonio. Tal coherencia es algo verdaderamente infrecuente.
Su otro propósito básico viene representado por la síntesis que trató de hacer de distintos posicionamientos, como derecha-izquierda, universalismo-particularismo, individualismo-comunitarismo…
Usted hace especial hincapié en el contexto histórico.
Esto es muy importante; si aislamos la figura de José Antonio de su época, podemos hacer de él lo que queramos, pero teniendo en cuenta su tiempo, vemos que determinadas actitudes y posicionamientos eran más comunes de lo que, quizá, hoy estemos dispuestos a admitir.
Por ejemplo, Mussolini ¿Cuántos hombres públicos de su tiempo no le dedicaron alabanzas, elogios y le ponderaron como un gran personaje? Churchill fue uno de ellos ¿era Churchill, por eso, fascista?
Cuando yo llegué a España, allá por el año 75, encontré algunos libros en la Cuesta de Moyano (Madrid) sobre la figura de José Antonio o sobre la Falange –estoy pensando en Southworth- que no se correspondían con los textos que figuran en las Obras Completas del fundador de Falange. Aquello me llamó mucho la atención.
He de reconocer que, en principio, no me atraía nada de este asunto (estaba ocupado por entonces con las informaciones de los medios de comunicación españoles de aquella etapa) e incluso admito que empecé a tratarlo con prejuicios.
La lectura de los originales -de lo que había dicho y escrito José Antonio-, me dio otra perspectiva bien distinta.
Ha hablado usted de los aspectos que podríamos conceptuar como positivos de José Antonio. Díganos algo de lo que, a su juicio, pudiera ser más insostenible de su pensamiento.
Señalaría dos cosas. De una parte, su análisis marxista de la plusvalía del trabajo asalariado. No tuvo en cuenta la transformación tecnológica aunque, desde luego, no fue el único en omitir este factor, que se venía apuntando desde hacía bastantes décadas; pero, por lo que fuera, no pesó en su visión de las cosas.
De otro lado, su tendencia orteguiana le llevó a subrayar el papel de las elites, lo que le aleja de conceptos democráticos, en cierta forma. Aquí, sin embargo, hay que hacer la precisión de que, ese carácter aristocratizante de la dirección política, representa lo contrario de lo que suele suponerse. Para José Antonio, lo que define a la elite es su capacidad de renuncia; el mando no es un privilegio, sino una carga. Por lo tanto, es algo que hay que matizar con sumo cuidado.
En su libro, usted señala que la diferencia entre José Antonio y Ramiro Ledesma viene básicamente marcada por el hecho de que el primero pretende una revolución de arriba abajo mientras Ledesma invierte el sentido del proceso revolucionario. Pero sostiene que el objetivo era el mismo.
Si. Es curioso que, siendo de formación intelectual Ramiro Ledesma, estuviera mucho más dispuesto a las afirmaciones rotundas que un José Antonio considerablemente más dubitativo. En Ledesma, el radicalismo era cosa natural, consustancial; en José Antonio, contradecía su propia naturaleza, y hubo de forzarse en este sentido, violentando su propio ser.
Más que una identidad de finalidades políticas, deberíamos precisar que tanto el uno como el otro cifraban en el regeneracionismo sus objetivos.
JOSÉ ANTONIO EN 2006
¿Qué queda de José Antonio, hoy?
Aún quedan muchas cosas interesantes. Mucho de su pensamiento sigue vivo. Yo destacaría tanto el humanismo personalista cristiano como el cívico-cultural. El profundo sentido católico de José Antonio está presente en todo su pensamiento, y eso es trascendente.
En cuanto a la persona, subrayaría la manera de ser; eso que plasmó en su obra política y que le representa como un hombre de una tremenda coherencia. Una hombría innegable y un gran corazón.
Resulta inevitable preguntarle por la memoria histórica ¿Qué opinión le merece todo lo que está sucediendo en España a este respecto?
Es un disparate. En primer lugar, hay que abundar en que la memoria y la historia no son lo mismo. La memoria está relacionada con el mundo de las pasiones y las emociones. La historia es, evidentemente, otra cosa; trata de objetivizar hechos.
Me remitiré a la experiencia francesa. En mi país, los políticos han legislado sobre tal número de cuestiones que, en este momento, hay intelectuales recogiendo firmas para que dejen de hacerlo. No es sólo lo relacionado con la II Guerra Mundial, sino recientemente con el genocidio armenio y la trata de negros.
La tolerancia no tiene relación con las ideas; estas, afirman o niegan, pero no son tolerantes en sí mismas. La tolerancia no es una idea, entonces; es una actitud.
Durante la transición, el propósito no fue tapar nada, sino dejar la Historia para los historiadores, sin convertirla en arma política. Ese afán de reconciliación fue lo mejor que aportó la transición española y lo que la hizo posible.